Caen las Carnes

La vista coagulada, grabada en el iris
hace arder cada gota en racimos;
nada quema ni seca,
solo hay un sonido que se alarga por el pasillo;
cada mariposa que en el sol revienta
suena a una canción rota de granizo y golpes,
alas guiadas como hojas por la rivera.

Te cansas, la cavilación del ruido afecta deprisa
somos esos,
hundidos bajo el paraguas
sin caras ni prisas,
vemos juntarse cada día las membranas del invierno
avenidas que caen sudadas
las palabras de barro se trisan
cada grieta nos funde con el viento.

Callas con la hora en su girón de órbitas,
el estertor lanza granos espesos desde lo alto
el paradero se vuelve piel dura
la vía queda bloqueada
al llegar cerca del gentío,
atiendes a una imagen mientras calientas las llaves dentro del bolsillo
un tajo tiñe la temperatura en una imagen densa
nada está en su lugar:
esternón dislocado, desastre coronario
en pelea callejera
lanzas una mirada jugosa hacia el parque preñado
sabes que pronto escupirá otro cuerpo.

Cae la ciudad y se arrastra lenta hacia la ruina,
ves llegar la fatalidad y tu pecho explota hecho fuego,
sin alejar las manos de la lluvia,
el adhesivo que hay entre la piel y el cartílago es permeable.
Te hundes en la lluvia y no lo ignoras,
sobre las piernas braceas y respiras agitado,
mientras aprietas los pasos hacia el parque.
Calla la calle, un sol nuevo se agita,
se rasca la sien con su revólver húmedo,
sale sin gestos a recorrer la paliza diaria, el bailoteo urbano,
despojado ya de toda luz,

lorea la indecisión del movimiento,
-el hormigueo santiaguino-
mientras te tambaleas sin recuerdos, una vez evaporados de tu cuerpo.
La primera hora del día
menea hordas sin sentido,
acalla el silencio
los poros de las piedras exhalan humo
y es a ti a quien se dirige lento el desvanecimiento,
el techo de lata palidece en la vista
trepida soluble, chorrea su desvelo,
vas a la banca sin hambre y engulles cada imagen,
cazas cada gota con la lengua,
sabes que es para ti esta merienda
y sigues ahí sentado
mientras allá la gente se mata.

 

por Joao Goncalves